sábado, 04 mayo 2024
Radioaficionados

Buscar en la web


TE SIN HACHE EN 1924

Por Isidoro Ruiz-Ramos
Archivo Histórico EA4DO

Conocido por el anterior artículo Radiomanía como fueron en Madrid los comienzos de la Radio en 1924 cuando popularmente se la llamó Telefonía Sin Hilos o Radiotelefonía, vamos a revivir seguidamente una de las primeras experiencias de los aficionados radio escuchas para saber lo difícil que fue llegar a oír los deseados Radio-conciertos emitidos por Radio Ibérica y algunos radiopitas, como fueron Rafael Pacios, Miguel Moya, el ingeniero Antonio Ochoa, Antonio Prieto, etc., mediante un simple receptor de galena.
Ante todo debemos conocer que el aparato de galena debe conectarse a una antena y a una toma de tierra.
Para la primera, muchos experimentadores emplearon todos los tipos de "hilos" que tuvieron a su alcance nada más abrir la ventana: los del teléfono, de "la luz" con el consiguiente riesgo, o una buena antena que pudo ser de cuadro con multitud de vueltas de hilo de cobre sobre un bastidor orientable. También, con tal finalidad, se aprovechó incluso el giro de las puertas sobre cuya hoja de madera algunos aficionados prepararon su particular antena con numerosas vueltas de "hilo" a su alrededor, y grandísimos deseos de llegar a escuchar hasta la BBC de Londres.
En cuanto a la toma de tierra, casi todos los galenistas conectaron sus receptores a los grifos del agua o tuberías de sus viviendas, dado que entonces todas ellas fueron de plomo.
Y con tales premisas para llegar a entender las siguientes líneas que publicó la revista Radio Sport el mes de julio de 1924, cabe comentar que su autora fue uno de los personajes femeninos más ensalzados por determinada formación política en los últimos años: Clara Campoamor

EL «DEBUT» DE UNA RADIO ESCUCHA



Antes, mucho antes de las diez hallábase todo preparado: limado el grifo, casi hasta mellarlo; puesta la clavija de antena para colocarla alternativamente en aquel de los conectores en que el sonido fuera más exuberante. Surgió de improviso un serio contratiempo: los domicilios madrileños, a más de incómodos, caros y antihigiénicos, carecen de topografía para la radio-difusión. Los grifos y cañerías (ya que es de ob-servar que la mejor tierra a tomar es la del Lozoya como todos sabemos) se encuentran a disparatadas distancias de los enchufes eléctricos y así el aparato de galena flotaba en la atmósfera entre grifo y antena sin punto de apoyo posible. Hubimos pues, de mantener sobre las rodillas el aparatito y comenzamos a pinchar buscándole el flaco a la galena.
Ya le llevaríamos sus cincuenta pinchazos de ventaja al gallo cuando un tenue susurro nos esponjó de satisfacción; se oía… pero ¿qué se oía? Poco o casi nada: el choque del dinero en el bolsillo de un funcionario público, el vagido de una pulga de dos segundos pidiendo lactancia… Sintonicemos … y comenzó a mejorar la audición. Ya era un murmullo continuado, un sonido más denso algo como el paso de la manifestación del 1.° de mayo; o un batir de alas y rumor de besos totalmente Becqueriano… ¡Ahora se oía! ¡por fin! en la orquesta que intuitivamente precisábamos en la lejanía batió de improviso, rotundamente, el cobre: la audición comenzaba a ser perfecta, tanto que al comunicar nuestra impresión a la familia que impaciente seguía las pruebas, continuábamos oyendo, ya sin auricular, el sonido vibrante ¿nemotecnia acaso?… No, era simplemente cocina… la nota aguda, primera oída con claridad en la noche, procedía de contactos sonoros fruto del frote de la vajilla en la cocina…
Más pinchazos, siempre en hueso, y otro murmullo tenue, algo como un recitado de ultratumba pronunciado en idioma ininteligible, con ilustraciones castellanas, ya que de vez en cuando se oían, sembradas a bolea, palabras amigas: "sablazo… matrimonio… trabajad…" Aquel era el camino. No se entendía nada; pero se oía casi todo, y en la Radio-difusión solo se ha hablado hasta ahora de oír. Pero ¿quién pone freno a la ambición humana? Quisimos entender también y siguió la lucha greco-galena.
No tenemos idea del tiempo transcurrido. Tenaz, infatigablemente, minuto tras minuto buscamos en la galena muda el enlace con el exterior, hasta que al fin alcanzamos a oír una voz tenue; pero clara y distinta que vibraba. Iba a comenzar para nosotros el concierto. Y en efecto, dijo la voz: "El concierto ha terminado". Señores radio-escuchas ¡buenas noches!
Y a esto quedó reducido en el día del debut el T. S. H. (te sin hache), como le llama un conocido radiófilo, es decir: el verdadero español que nos sirvió la radio.